jueves, 17 de diciembre de 2009

CINCO DEDOS (del libro "El tiempo suspendido")

Juliana sabía que tenía cinco, nada menos que cinco dedos apresando esa cosa rígida y violenta que oprimía el blanco liso de la hoja atribulada y vacía de sesudos rompecabezas para buscadores de ocios.

Decidió entonces que curiosear lo que pasaba entre silencio y silencio era un motivo suficientemente elocuente como para que pasara por alto la estúpida ausencia de novedades y así podría hacer desaparecer la gente que tanto la molestaba a diario y le cortaba lo tantas veces comenzado.

A las 5 y 10 de esa tarde sin vientos salió a patear tachos de basura llenos de hojarascas abandonadas que se disolvieron en la nada del olvido de ser árboles sedientos y siguió.

Andrés se le cruzó en el camino a la estación pedregosa y húmeda y un “Buenas tardes” alegre la obligó a caer en la cuenta de que si no se apuraba perdería el tren de las 6. Le contestó con un ligero “¡Hola!” y se le colgó del brazo porque, evidentemente, apoyada en él, llegaría más rápido y porque no sabía cómo, es cierto, no sabía cómo, no podía visualizar sus zapatos. Sus piernas se perdían en un caminar sin sostén, sin suelo posible.

Un despertador de hojalata se asomó por la ventana de una casa baja, apenas insinuada sobre la calle perpendicular a la estación.

Seis menos ... menos nada ... porque se convirtió en niebla fraudulenta y quisquillosa.

Sus pies sin soportes se movieron autómatas y Andrés, que le decía que desandara los charcos que se hacían rocío y humo a medida que las cuentas del tiempo acortaban las distancias hasta el tren que la desapegaría del no contacto con los silencios del mundo.

Un mate amargo creció desmesuradamente ante sus ojos desvestidos y explotó en un aire pesado y cierto hasta hacerse de transparencias atravesables por los cinco dedos que ahora se extenderán cuando dejen esa cosa rígida y violenta porque algo habrán hecho.


Kelly Gavinoser (copyright, 2004)

No hay comentarios: